La irrupción de WikiLeaks como fenómeno novedoso y de alto impacto en el mundo de la información está inaugurando nuevos debates periodísticos: algunos expertos afirman que asistimos a un nuevo orden, revolucionario por el volumen de los datos accesibles; otros señalan que el poder real del sitio está dado por su interacción con el periodismo tradicional.
LONDRES
Luego de que las filtraciones obtenidas por WikiLeaks revelaran que los diplomáticos norteamericanos dicen cosas muy poco diplomáticas sobre los líderes de otras naciones, Hilary Clinton confesó que un veterano político extranjero le dijo: "¡Si creen que lo que dicen sobre nosotros es malo, deberían ver lo que nosotros decimos sobre ustedes!"
Tras el primer impacto de las revelaciones, muchos especialistas están subrayando ahora algo parecido a aquello con lo que bromeó la secretaria de Estado norteamericana: que en lo estrictamente político, no hay nada demasiado nuevo bajo el sol. Después de todo, si bien en otra escala, las filtraciones de este tipo, en que A habla horriblemente mal de B (aunque frente a B tenga un discurso amistoso), acompañan a la prensa desde siempre. Además, si uno lee un poco de historia, una de las principales fuentes suelen ser los cables diplomáticos desclasificados tras un período de tiempo, y lo que allí se transcribe tampoco es particularmente simpático, ni siquiera en lo que respecta a países formalmente aliados.
Por eso, para algunos la noticia más interesante -y desconcertante- está definitivamente más en el medio que en el mensaje, aunque esta posición tampoco es ajena a la polémica y el debate. En un extremo hay expertos como Philip Meyer, autor de " The Vanishing Newspaper. Saving journalism in the information age " y ex titular de la Knight Chair in Journalism en la Universiad de Carolina del Norte en Chapel Hill, para quien, con WikiLeaks, nada menos que "todo un nuevo tipo de ecosistema mediático y periodístico está naciendo frente a nuestros ojos". Tan nuevo y tan radical cree que es que, él, tras años de estudio del periodismo digital, confiesa no tener "la menor idea de cómo será o hacia dónde va".
Algunos indicios, sin embargo, ya son evidentes para todos aquellos que sostienen que WikiLeaks significa un cambio de paradigma. Primero, por la mera escala de las filtraciones: nadie jamás había sido capaz de filtrar esta cantidad de datos antes, ya que sin los últimos avances tecnológicos no se hubiera podido transportar -y mucho menos publicar- 250 000 documentos que contienen quién sabe cuántos millones de páginas. Segundo, el motivo de quien las filtró: con tanto material, muchas veces contradictorio, es difícil estar seguro de qué efecto concreto buscaba quién se las pasó a WikiLeaks. Lo único que se sabe es que la filosofía del fundador del sitio, Julian Assange, más bien anarquista a la vieja usanza, es contraria a todo tipo de secreto de Estado.
Tercero, y sobre todo, la falta de territorialidad. "WikiLeaks está organizada de tal manera que si la intentan cerrar en un país, los servidores pueden ser encendidos en otro; esto está diseñado para ubicarse más allá del alcance de cualquier gobierno o sistema legal", sostiene Jay Rosen, profesor de periodismo de la Universidad de Nueva York. Y, efectivamente, cuando se le cerró el dominio del que dependía en Estados Unidos, el viernes pasado, WikiLeaks se trasladó a Suiza.
WikiLeaks envió esta vez su caudal de cables secretos a una serie de diarios prestigiosos antes de ponerlos en su propia web. El propósito fue que periodistas con experiencia seleccionaran y contextualizaran la información de tal manera que, por ejemplo, no pusiera en riesgo la vida de personas mencionadas en los cables o comprometieran la seguridad nacional. Hacerlo así fue decisión de WikiLeaks. Una decisión interesada, que le garantizaba prestigio y divulgación, pero si WikiLeaks no quisiera compartir nada, como ha hecho en ocasiones anteriores, nadie podría impedirlo. ¿Quién controlaría su contenido, aunque sea parcialmente, entonces? "Sólo podría hacerlo un sistema legal global y, en un mundo de Estados naciones, esto todavía es imposible", subraya John Naughton, director del programa de periodistas de la Universidad de Cambridge.
Según un editorial de The Economist , WikiLeaks ha subvertido el viejo orden que se basaba, por un lado, en un periodismo que buscaba los casos de abusos de lo que fuera (por ejemplo, del secreto de Estado), y, por el otro, en las cortes que controlaban a la prensa para proteger a los delatores a la vez que castigaban las calumnias, las injurias y la traición. Ahora, el mero volumen de los cables hace que se desacredite no sólo un gobierno o una política, sino a la diplomacia en sí. "En un mundo de WikiLeaks, la diplomacia dejaría de ser posible", sostiene el semanario británico.
Sin embargo, considerar a WikiLeaks un movimiento contracultural del siglo XXI, como se repite en varios medios, es para algunos observadores ir demasiado lejos. "Las nuevas tecnologías son muy disruptivas -sostiene Naughton-, pero eso es así por el momento. Hay que recordar que el gobierno y las corporaciones se están volviendo cada vez más duchas en la utilización de la tecnología para sus propios objetivos. El régimen chino, por ejemplo, ha demostrado ser muy hábil en el uso de la Internet doméstica para la transmisión de su propio mensaje".
Una herramienta más
WikiLeaks, matizan algunos, puede ser la punta del iceberg, pero no es todo. WikiLeaks usa la web, pero el ecosistema nuevo del que se habla incluye comentarios en tiempo real a través de Twitter e interacciones entre personas que son amigos en Facebook.
Para Naughton, que es columnista de temas de Internet en el diario The Guardian , es el conjunto lo que resulta realmente efectivo y revolucionario. Cuenta, por ejemplo, que un tiempo atrás en el llamado caso Trafigura, sobre unos barcos británicos que habían dejado residuos tóxicos en la costa africana, para evitar problemas con los abogados el editor de The Guardian publicó un mensaje ambiguo y enigmático (y, por lo tanto, legalmente seguro) en Twitter que despertó la inquietud de los cibernautas. Fueron ellos quienes a partir de ahí empezaron a investigar el tema hasta que todo salió a la luz y nadie en el diario pudo ser llevado ante la justicia.
¿No es entonces el fin de una era? Algunos especialistas, como Henry Farrell, especialista en política e Internet de la George Washington University, subrayan que el fenómeno WikiLeaks es sólo el ejemplo extremo de algo que ya existía y que ni siquiera es tan original.
"WikiLeaks es la emergencia y popularización de algo que es posible desde hace algunos años. Aunque sin tanto impacto, hay otros sitios web que han estado haciendo lo mismo, como por ejemplo Criptome, y desde mediados de los 90 existen hackers con la misma orientación política. Sitios como WikiLeaks hacen que la información sea de más fácil acceso que antes. Sin embargo, no es la emergencia de una nueva era ya que depende de los medios de comunicación tradicionales. Si no fuera por diarios como The New York Times , El País y demás, que han cooperado con el sitio web, a WikiLeaks le hubiera sido mucho más difícil llamar la atención del público", interpreta.
"WikiLeaks es menos importante en sí que lo que nos dice sobre los secretos", concluye Jeff Jarvis, profesor de periodismo de la City University de Nueva York y autor de " What would Google do? " Básicamente, queda claro que la civilización actual se sostiene sobre redes digitales que son, tarde o temprano, accesibles. Y a los países y corporaciones, en el fondo, les termina pasando lo mismo que a los adolescentes con Facebook: de ahora en más, como observó Carlos Pagni en este diario, todo aquel que quiera quedar al margen de la Red correrá el riego de ser un paria, y todo aquel que dependa de una Red se volverá transparente.
Las próximas revelaciones de WikiLeaks, ya se sabe, tendrán que ver con los manejos internos de un gran banco, y su capacidad disruptiva en plena época de crisis se anticipa más que considerable. Será interesante ver cómo se alinean entonces quienes hoy ven en WikiLeaks una revolución social y quienes reducen su impacto al mero cambio cuantitativo de un fenómeno que, en sí, no es nuevo.
Juana Libedinsky
LA NACION
Domingo 5 de diciembre de 2010 | Publicado en edición impresa
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